Pienso que todo lo que nos enseñaron cuando éramos niños en la escuela y cuando éramos jóvenes en el Liceo es ahora muy discutible. Nos enseñaron que debíamos defender el orden establecido porque significaba preservar la paz y el desarrollo democrático de la institucionalidad. Los conceptos de justicia, patria, libertad, democracia y orden fueron haciéndose carne y espíritu en nuestra conciencia, y terminamos por creer firmemente que todos estos valores enumerados eran cosa sagrada, que inspiraban respeto y obediencia y que debían defenderse incluso con la vida.

No nos enseñaron, claro está, a quién convenía más que estos valores fueran preservados. No nos enseñaron que la justicia era ciega para los pobres y tuerta para los ricos. No nos enseñaron que la patria para los ricos era el propio bolsillo y que para los pobres era esta querida tierra larga en que vivimos. No nos enseñaron que la libertad se disfruta con plata, porque sin ella es para la risa. No nos enseñaron que la democracia nuestra estaba dividida en clases, aunque no lo diga en la letra pero sí en el presupuesto. Y, finalmente, no nos enseñaron que el orden era para defender el poder de los ricos y darle duro en el hocico a los pobres.

Pero así y todo, pese a que nosotros los pobres todo esto nos perjudicaba, comprendimos que todos estos conceptos eran valores intrínsecos y que el error estaba en su aplicación indiscriminada. Así fue que luchamos, generación tras generación, hasta lograr en 1970 parte del poder político, manteniendo incólumes estos instrumentos de nuestro sistema.

Pero he aquí que se descorre el velo del misterio y vemos cómo, a los mismos que defendían la democracia y el orden, ahora luchan por destruirlos: asesinan a un general de Ejército; asesinan a un capitán de marina, edecán del Presidente de la República; intentan linchar a otro general de Ejército; rodean La Moneda con tanques, disparando y matando a 22 chilenos; incendian locales de partidos políticos; atentan contra la vida de políticos, periodistas y modestos trabajadores; matan a un obrero que desfila; asesinan a otros tantos. Es decir, se les olvidó el orden, la justicia, la patria, la libertad… se les olvidó todo, menos que prefieren la destrucción y la muerte para salvar las prerrogativas que gozaban antes. Defienden sus bolsillos, sus palacetes, sus automóviles de lujo, sus caballos de carrera, sus fiestas de alta sociedad con la plata que lograban a manos llenas de la explotación al prójimo.

Hay un lugar reservado en la historia para estos seres humanos de segunda clase.

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