Cuando se está en período eleccionario, la política adquiere sus verdaderas características, que a veces se repiten en ecos multiformes que llegan hasta los más variados y escondidos rincones de la vida ciudadana.

En nombre de la política o de la idea que se representa, se esgrimen toda clase de objetos desde la pluma hasta la manopla sin que en ningún momento falte el alicate para una u otra cosa. Y este alicate es, por lo general, unas treinta o más piezas de plata que se dan en estos períodos con una soltura singular. Se difama, se calumnia, se miente con tal de lograr un propósito a corto plazo, después si te he visto no me acuerdo. Es lo corriente y a eso estamos acostumbrados desde tiempos inmemoriales.

La mentira es la gran amiga, por desgracia, de la política. Hasta los políticos sanos hacen uso de ella porque es un instrumento de tanto valor que sin ella es luchar con una gran desventaja. Por ejemplo, ningún candidato puede dudar de su legítimo triunfo ante la opinión pública aunque sepa a ciencia cierta que no tiene ninguna posibilidad. Y esta mentirita, porque esto en verdad es una mentira pequeña, es absolutamente natural.

Pero observemos las mentiras grandes, aquellas mentiras que sonrojan hasta a los sinvergüenzas. Recuerdo a un candidato a senador, que resultó elegido, que prometía en unos papeluchos, que llaman palomitas, la reforma agraria con toda tupé, como la cosa más natural del mundo. Otras mentiras: reparto de casas, reparto de tierras, hasta reparto de bendiciones episcopales. Y esto de las mentiras va de diestra a siniestra, de derecha a izquierda, sin la menor perturbación.

Por eso tienen razón algunos de autodenominarse, con mucho orgullo y complacencia, independientes y apolíticos. Sin embargo, quien tenga dos o tres dedos de frente y un mínimo de sentido común comprenderá que es gravemente necesario pensar o desear pensar de otra manera. No podemos aceptar la mentira, la difamación, la calumnia como un sinónimo de política, y por esto hay que luchar y hay que luchar bravamente. Nunca como hoy es necesaria la verdad y nada más que la verdad. Hay que sostener un permanente ataque contra la politiquería. Quedarse con los brazos cruzados y llamarse a sí mismos apolíticos es una imbecilidad ciudadana de estructura gigantesca.

Por eso pedimos a los candidatos de hoy y de mañana que establezcan el sistema de decir la verdad y nada más que la verdad. Al final, bien es sabido que ésta triunfa. No vientos para que luego cosechemos tempestades.

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