Hay que ver cómo anda la mugre desparramada por todos lados en estos tiempos pre-electorales y en que la politiquería, la demagogia, la hipocresía y la desvergüenza han reemplazado al famoso libre juego de la democracia.

Cada candidato se cree un pequeño Dios con solvencia litúrgica, con arrestos celestiales y con una capacidad de acción simplemente sorprendente… por lo cínica. El optimismo de cada uno de ellos ya perdió las medidas naturales. Hay que medirlo con huinchas interestelares. Es una imbecilidad arrogante, una estupidez a todo color.

Hay que verlos cómo corren de aquí para allá, tratando de destacar, de hallar el huequito para que los observen. Son capaces de vender hasta los calzoncillos si con el producto de la venta son capaces de comprar dos palabras más a su favor.

Pero que conste que hay excepciones, y muy honrosas, pero como excepciones, las menos por desgracia. Hecha la salvedad, continuamos.

Todos están preocupadísimos de los problemas actuales. No hay ninguno de ellos —fuera de las excepciones— que no se autodenomine impulsador infatigable, luchador tesonero de las soluciones más urgentes de los problemas que en la actualidad agobian a la ciudadanía. Y si nada han tenido que ver con el asunto, ¡qué importa mentir! Si ello resulta, ¡buen camino para conseguir sus propósitos!

Lo extraordinario del caso es que el juego es archi-conocido. Se dan cuenta hasta los chiquillos de teta. Esto ya parece una obra de teatro barata que sólo convence a los protagonistas. Debieron ser más originales, aunque fuera en la sinvergüenzura, porque el disco ya está demasiado gastado.

Unos a otros se dan mordiscos de perro flaco, adjudicándose tal o cual obra de adelanto, y la muestran con toda soltura como si no pensaran que alguien con sentido común pudiera decir: “¿Pero no le da vergüenza venir a pavonearse con esto ahora que es candidato?”. Pero no les da la vergüenza, pese a que comprenden exactamente el terreno que pisan.

Todo esto da margen para que algunos abominen de la política por politiquería, por sinvergüenzura, por hipocresía. Y tienen razón. Pero hay un gran pero. El pueblo no es tan imbécil como creen estos señores, y llegará el momento en que la demagogia, el engaño y la mentira tomen el lugar que le corresponde a la porqueriza.

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