Un monstruo caminaba por la Alameda de las Delicias o la Avenida Bernardo O’Higgins. Más bien dicho, trotaba y a veces corría. Su voz multitudinaria hacía temblar los vidrios presuntuosos de los insolentes edificios. Un monstruo con diez mil gargantas, veinte mil piernas que hacían crujir el asfalto.

Yo pensé “ahí vienen los compañeros”, y abrí la ventana para mirar a la calle. Me imaginé ver las banderas rojas flameando al aire, desafiantes como sangre al viento. Pero no eran los compañeros. “Son los fachos”, me dije, “los momios que se descuelgan de Providencia para meter ronca en el centro”. Pero no eran los fachos. De pronto la voz del monstruo se hizo nítida. La brisa fría de la cordillera la metió por mis oídos: “Colo-Colo se pasó, el pela’o nos cagó”.

No dí crédito a las orejas. Pero allí estaban los banderines del Colo-Colo. No me engañaba y había combatividad, euforia, entusiasmo y una unidad que me humedeció los ojos. Los chilenos unidos gritando juntos por la calle. Mi amigo me tomó del brazo y me dijo: “Mira, aquel que va allí, el de abrigo cáscara es momio, lo conozco desde chico”. Y al poco rato me estaba diciendo que su hermano pasaba también eufórico y que su hermano era upeliento hasta los huesos. Los chilenos unidos, unidos en este momento en torno a un equipo de fútbol que puso de relieve los más puros sentimientos del amor a la patria y a la tierra.

Me volví y le dije a mi amigo: “Los momios no podrán jamás producir la guerra entre hermanos, están perdidos”. Allí pasaban los chilenos hermanos cantando, gritando, corriendo. ¿Quién puede contra un pueblo unido?

Los ricos, allá arriba en los últimos pisos, miraban asustados. Más de alguno se preguntaría, “¿qué haríamos si el pueblo, si los trabajadores, si los pobres que viven exclusivamente de su trabajo se unieran como esta noche?”.

Mejor que ni lo piensen. No vaya a ser cosa que les de una diarrea, de la cual no se recuperen nunca.

No era un milagro: los chilenos unidos por la Alameda. Chile, la patria, estaba de por medio. Los que piensan más en su bolsillo, aquellos cuya patria es el bolsillo, aquellos que estiman que Chile está en su billetera, no tienen idea cómo los pobres amamos a Chile. Cuando los equivocados se den cuenta a dónde nos quieren llevar, pobre de esa minoría, porque no les quedará otra alternativa que mandarse cambiar a Miami o Guayaquil, a donde sea, pero a reír monos con longaniza porque Chile será la gran patria socialista que todos queremos, aunque les pese.

Bendito sea Colo-Colo, que en una noche fría de junio unió a la gran familia chilena, unida en el fútbol, aunque todavía desunida por culpa del bombardeo derechista.

“Colo-Colo se pasó, el pela’o nos cagó”.

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